sábado, 11 de julho de 2009

El Escritor

Un sábado a la tarde comenzó a ordenar las mil ochocientas fotocopias y
estuvo hasta el domingo a la noche revisando y acomodando los diez originales,
ciento ochenta páginas cada uno, sin prologo.

El lunes, aprovechando que no había “feria del trueque”, iba a recorrer las diez editoriales que había seleccionado, saldría solo con tres originales porque los diez pesaban demasiado, además no sabia cuanto tiempo iba a demorar en cada editorial.
Se sentía satisfecho y tranquilo, hacia cinco años que había comenzado a escribir esa novela, al principio en el tiempo que le dejaba libre su trabajo de encargado en un lavadero de autos, después, en la espera a que llegaran clientes, escribía alguna página que después corregía y rescribía en su cuarto. Después la espera de clientes era tan larga que los dueños decidieron cerrar el lavadero y Anselmo paso a engrosar la ya larga fila de desocupados, tenia treinta y cinco años y sabia que seria muy difícil conseguir empleo; la cadena de pagos se había roto y el país se estaba sumiendo en un descalabro de quiebras de negocios, fuga de capitales y exigencias utópicas del FMI., pero al menos esto le dio tiempo para terminar su novela, arreglar varios cuentos que tenia desparramados por ahí y armar un posible futuro libro de poemas, sentía como que se había recibido de escritor y que esa novela era su titulo....ahora solo era buscar editorial y publicar. Nunca había formado parte de ningún “taller literario” ni nada por el estilo y no conocía a ningún escritor...a no ser su cuñada que escribía algo de ves en cuando.
Su hermano lo llevo, en el taxi con el que trabajaba, hasta la estación y Anselmo, a ultima hora, decidió llevar los diez originales; aunque se tuviera que pasar todo el día tomando café y hablando con los editores valía la pena el sacrificio de andar cargando ese peso. Al llegar a la Estación Central consiguió que un vendedor de periódicos le guardara siete originales en su banca y salió a entregar los tres primeros. La primera de las diez editoriales, cuya dirección había sacado de la guía telefónica, quedaba a seis cuadras y decidió caminar despacio para no sudarse. Se había vestido con sus mejores galas, perfume y esas cosas, quería impresionar bien, suponía que un escritor debía estar bien presentable, como esas fotos que salen en la tapa de los libros, siempre sonrientes y bien afeitados.
Confirmo la dirección y subió al segundo piso. Una puerta de madera obscura y una placa de bronce; “Antonio Las Heras” y abajo, mas chico; “Editorial”. Golpeo suave y se quedo mirando las uñas de su mano derecha hasta que abrieron la puerta. Un joven de no mas de veinte años lo miro con cara de nada, Anselmo largo su discurso con la certeza de impresionar a ese joven que no sabia que estaba hablando con un escritor;
.Mi nombre es Anselmo Rivas, soy escritor y estoy trayendo un original inédito para que lo evalúen.
pero desbancando la sorpresa que se llevo cuando vio el mar por primera vez, a los catorce años, esta fue la mas grande de su vida;
.No recibimos originales no solicitados.
Contesto el joven, que después de un susurrado “buenos días” le cerró la puerta en la cara.
Sintió lo mismo que había sentido aquella ves que llego al estacionamiento y le habían robado el auto. No atino a nada, con los ojos fijos en la placa de bronce tardo un par de minutos en reaccionar. No encontraba una explicación lógica para esto que acababa de suceder, iba a golpear nuevamente pero se contuvo; el joven había sido bien claro; “no recibimos originales no solicitados.......”.
Se puso los tres originales contra el pecho y los abrazo, como hacen los chicos con los útiles del colegio. Después empezó a bajar despacio por la escalera.
Las posibles razones le fueron brotando sin esfuerzo; seguro que esa era una editorial exclusiva, de algún escritor famoso, quizás del mismísimo Borges... y por eso ya estaban preparados para rechazar originales, no trabajaban con nadie más. Borges siempre le pareció un oligarca metido a tanguero y nunca le había gustado...seguro que era su editorial exclusiva.
Sintió ganas de sentarse en un café a pensar un rato, pero creyó entender que seria como una muestra de flaqueza, como que ese primer golpe le hubiese dolido mucho. Volvió a poner los originales debajo de su brazo izquierdo y saco el papel donde tenia anotadas las direcciones. Cuando las eligió trato de ubicar diez que estuvieran más o menos cerca una de la otra para poder hacer el trayecto caminando. Hasta ese punto lo había empujado la crisis; tratar de hacer los trayectos caminando para no gastar en micro.
Cuatro cuadras después se encontró frente a dos vidrieras pintadas de azul y una puerta de chapa al medio; “Editorial Plus Ultra” decía en el cartel... abrió la puerta y entro.
La recepción era pequeña y solo había un escritorio, ocupado por la recepcionista, y dos sillas.
.Buenos días, Me llamo Anselmo Rivas y soy escritor. Estoy trayendo el original de una novela inédita para que ustedes vean la posibilidad de publicarla.
.Eso es con el editor.
Dijo la recepcionista mientras levantaba el teléfono y marcaba un interno,
.Rodríguez, aquí hay un señor que trae el original de una novela.
Se quedo escuchando unos segundos y después de decir...”no... no...” y “claro” un par de veces colgó el auricular, lo miro a Anselmo a los ojos y le dijo;
.Me dice el editor que en este momento no podemos tomar ningún autor nuevo, tenemos mucho trabajo con los de la casa, si deja su teléfono cuando allá disponibilidad lo llamaremos.
Al medio día ya había recorrido las diez editoriales y solo consiguió dejar un original en una, así mismo había parecido como que le hacían un favor al recibírselo, sin ningún compromiso, le había dicho el joven en jeans que se lo había recibido. En las demás lo trataron como a un vendedor molesto.
Paso por la banca de periódicos, retiro sus siete originales y se arrastro bajo el sol del medio día hasta el tren. Afortunadamente a esa hora estaba vació y Anselmo, mirando pasar los postes, se puso a pensar donde se había equivocado. No podía ser, algo había pasado, las editoriales viven de los escritores, son, por así decirlo, su materia prima y el se había sentido tratado como si fuese el postulante número veinticinco al puesto de mensajero. Lo habían rechazado sin siquiera hojear su novela, unos delicadamente y otros sin saber o sin importarles mucho lo que estuviera sintiendo, pero lo habían rechazado. Cuando bajo del tren sintió vergüenza. ¿Qué iba a decir?, que lo sacaron corriendo? Tuvo que tomar el ómnibus porque no tenía para un taxi y cuando bajo en la esquina de su casa camino lo más rápido que pudo para evitar que lo vieran y tener que dar engorrosas explicaciones. Entro en su cuarto y guardo los originales debajo de la cama. Después se acostó boca arriba y encendió un cigarrillo... como decía Serrat en una canción, al techo le hacia falta una mano de pintura.

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